
Acto de Podemos en Berlín. Pancarta diseñada por Ramón Rodríguez
Hace ahora cuatro meses escribí un artículo sobre la experiencia naciente de Podemos. El texto tenía algo de tripas y mucho de corazón, y en el fondo se reducía a martillear una sola imagen: la idea de un proceso político que no se pareciera a una línea recta ni a una trayectoria que gira alrededor de un centro, sino algo más próximo a la espiral, a un vector que se replica y se transforma, una imagen de crecimiento, un reflejo que se multiplica al infinito. Entonces le di a esa idea el nombre del desborde, y la apoyé sobre una apuesta sencilla: el proyecto de Podemos, que nacía entonces con apenas un puñado de manos y tantas ideas que no cabían en las cabezas, sólo podría tener sentido si se veía sorprendida, violentada, superada por algo mucho más grande que sí misma. Podemos, esa era la idea central del asunto, era desde el principio una apuesta por su propia superación, y sólo si se desbordaban todas sus previsiones, todas sus intenciones, incluso todos sus deseos y expectativas, sólo entonces podría servir su propósito y hacer que toda esa ilusión y ese empeño pusieran los pies en la realidad.
Pese a no esconder el entusiasmo, ese texto también estaba sembrado de dudas. Los tiempos eran cortos, la oportunidad precaria, las fuerzas tremendamente limitadas. Y sin embargo una leve sensación de urgencia, casi de inevitabilidad, afirmaba que resultaría complicado volver a encontrarse con un escenario parecido. Que el potencial para unir las palabras y las cosas era grande. Que se trataba de excavar en un lugar abierto, cuyo centro (por recuperar una expresión medieval) estuviera en todas partes y su circunferencia en ninguna, un lugar común donde cada vez quisiera estar más gente, donde cada vez costara más no querer estar. Pese a todo lo que se ha dicho y se seguirá diciendo, Podemos no nació para conseguir un escaño (ni tres, ni cuatro) en el Parlamento Europeo. Podemos nació para desbloquear un escenario político en el que la asimetría entre la mayoría social del país y las mayorías artificiales del sistema electoral se ha hecho insoportable. Podemos nació porque las alternativas existentes para resolver esa asimetría han demostrado un techo (en los tiempos, los discursos y los hechos) que no es posible aceptar como si fuera una fatalidad. Podemos nació como un ariete de esa mayoría ciudadana que se rebela contra el austericidio, defiende los derechos sociales y los servicios públicos, demanda una economía al servicio de la gente y una vida en común radicalmente democrática. Y desde el principio su suerte ha dependido de una sola cosa: que los ciudadanos o reconocieran esa herramienta como propia. Que decidieran utilizarla en su provecho para esa lucha general por la democracia.
A 48 horas de las elecciones, en plena agitación de la campaña, es difícil dar con la perspectiva necesaria para evaluar trayectorias y razones. Pero una cosa es innegable: ese proceso de desborde no solo ha sucedido, sino que sigue generando esa sensación de no bastarse, de tener dimensiones que aún ignora, potenciales que apenas se dejan intuir. En los actos de Podemos se repite que la campaña se queda corta, que cada día hay más fuerza que el anterior, que hay más gente, más motivada y con más ilusión. Incluso muchos de quienes reaccionaron con escepticismo, frialdad o antipatía ante la iniciativa (y a menudo por muy buenas razones, algunas aún vigentes) han decidido sumarse, o han moderado sus miedos, o piensan de buena gana en maneras de sumar esfuerzos en un futuro más o menos cercano. El desborde genera sorpresa, genera ganas de mejorar y crecer, de ser crecimiento.
Y esa es precisamente la clave: que esa sensación de crecimiento no tiene mucho que ver con la aritmética electoral. Se trata de intuir lo de después, un después que es ahora mismo, que a la vez viene de lejos y apenas comienza. Lo importante no es que Podemos vaya a convertirse en un actor de primer orden en la política nacional. Ni siquiera imaginar la proliferación de candidaturas y alianzas ciudadanas para las municipales del año que viene. Podemos, hay que repetirlo una y mil veces, no es un intento de modificar los equilibrios de superficie en el mapa electoral: para eso hay otras opciones perfectamente válidas. La tarea de Podemos, de la herramienta y el proceso político que se llama Podemos, es multiplicar el seísmo subterráneo que está llamado a revolucionar ese paisaje. Es el movimiento constituyente que reordene radicalmente cada uno de los nombres, cada uno de los lugares, cada uno de los sentidos que administran ahora mismo este país. Es el proceso popular que conduzca a una democracia económica, política y social que es el anverso exacto del orden que nos gobierna.
A pocas horas de las elecciones, siento la necesidad de lanzar dos últimas reflexiones. La primera es valorar el trabajo incansable, titánico, ejemplar, de tantos y tantas compañeras que se han dejado la piel en hacer que ese desborde esté siendo posible. Claro que no se trata simplemente de agradecerles el tiempo, el sacrificio y el empeño. Se trata de reconocer también lo que han demostrado, y es que ese argumento que tiende a descalificar las capacidades y las posibilidades de los jóvenes y los ciudadanos de a pie para hacer política (“no están preparados”, “no tienen medios”, “no saben lo que hacen”, “no valen para esto”) no solo es antidemocrático, sino que además es mentira. Lo demostró el 15M y lo ha demostrado la campaña extraordinaria de Podemos: las singularidades asociadas, la democracia de las capacidades, es perfectamente capaz de generar tanta ilusión como eficiencia.
La última reflexión tiene que ver con las razones de mi voto a Podemos. No se trata de recetar justificaciones o argumentarios, cosa que además se me da mal. Pero sí querría lanzar una idea sencilla: votar a Podemos en estas elecciones europeas es votar por una condición de posibilidad. Es votar por la imaginación de un escenario sísmico, en el que las luchas y los procesos democráticos no dejen de desbordarse y alimentarse entre sí. Es imaginar un sujeto múltiple, democrático, poderoso, dispuesto a afirmar su libertad y a labrarse una vida digna, diferente, alegre, común. Por eso yo votaré Podemos.